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Arte y Cultura

Memoria, genética y arte se unen en la exposición de la venezolana Nela Ochoa

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Nela Ochoa en Tenerife Espacio de Artes/eldía.es

La muestra, titulada ‘Y’, se podrá visitar de forma gratuita en la sala insular hasta el 1 de septiembre

Por Almudena Cruz

¿Cómo afecta la genética a la memoria? ¿Cómo influyen nuestros cromosomas en el devenir de la sociedad y en la violencia? Son algunas de las preguntas que plantea la artista venezolana Nela Ochoa (Caracas, 1953) en TEA Tenerife Espacio de las Artes y que se establece en diálogo con la exposición permanente de Óscar Domínguez. El proyecto se titula Y, en referencia al cromosoma masculino, y ha sido comisariado por Nilo Palenzuela.

El horario de la visita, que puede realizarse de forma gratuita, se extenderá de martes a domingos y los días festivos entre las 10:00 y las 20:00 horas. Y está compuesta por varias piezas de la colección de TEA y una instalación creada ex profeso. Isidro Hernández, conservador jefe de TEA, explicó que justo a la entrada de la sala hay una pieza de Domínguez que sirve de «guiño» y conexión con la obra de Ochoa. Se trata de un revólver con alas «que es una de esas pinturas metamórficas de Domínguez donde un objeto es otro a la vez; el revólver es un pez y un pájaro y no solo a la violencia, sino también al azar».

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Muestra de la exposición de la artista venezolana

Detalles de la propuesta

«Y no es solo el cromosoma masculino, es una bifurcación de caminos y creo que vivimos en un momento así», explica la artista. En sus obras -muchas de ellas hechas a partir de tejidos, otras que son videocreaciones y otras que son diseños a partir de cromosomas- está muy presente el «aspecto femenino, la complicidad de las mujeres que cosen los uniformes militares. También hacen mucho hincapié en la violencia, yo vengo de un país muy violento aunque por fortuna ahora soy española y habito en un lugar donde no corro peligro por crear».

Trayectoria

Nela Ochoa participó de forma activa en los festivales de vídeo arte celebrados en Venezuela en la década de los años ochenta y sus investigaciones artísticas surgieron por su interés por la danza, por lo que desde sus inicios el cuerpo ha sido el centro de su experimentación. Tal y como apuntaron desde TEA, la creadora estuvo vinculada a la danza contemporánea en París y Caracas. La artista entiende que un eje invisible determina las secuencias del movimiento y que, en él, algunos trazos son invariantes que se reproducen sin fin. El conocimiento de las secuencias genéticas la llevó a experimentar sobre las relaciones entre la genética y el cuerpo.

Entre los proyectos expositivos de Nela Ochoa destaca la colectiva The Final Frontier (The New Museum, Nueva York, 1993). Ese mismo año realizó su primera exposición individual Alter Altare en la Sala RG, de Caracas, donde reunió pintura, escultura e instalaciones que giraban en torno al cuerpo humano. Desde 1999 su trabajo se ha volcado hacia la genética, y ha expuesto ADN 8ª, que itineró por varias salas en Venezuela

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Tenerife Espacio de las Artes expuso en el ciclo El cuarto oscuro una selección de sus vídeos realizados entre 1985 y 2006.

Desde entonces su obra se extendió a la genética de flora y fauna y ha expuesto en varios museos individualmente. En 1999 mostró Lejana, en el Museo Alejandro Otero de Caracas en 1999; en 2010 Genetic portraits, con un comisariado de Julia Herzberg en el Phillip and Patricia Frost Museum de Miami; y en 2018, en TEA A lo largo de su trayectoria ha participado además en numerosas colectivas, ente las que se encuentra Amazonia, curada por Berta Sichel (Centro Andaluz de Arte Contemporáneo, 2021). En 2022 tuvo la exposición individual Trama, en la Galería Saro León de Gran Canaria. Su obra está en las colecciones de TEA, Frost Museum y Perez Art Museum, entre otras.

Con información de eldia.es

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Novelistas en el Festival Hispanoamericano de Escritores

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Cartel de la sexta edición del Festival Hispanoamericano de Escritores/FHE

FHE

La literatura escrita por venezolanos ha dado algunas novelas que los lectores recordarán. Casos célebres hay como el de Ifigenia, Diario de una señorita que escribió porque se fastidiaba (1924) de Teresa de la Parra, Doña Bárbara (1929) de Rómulo Gallegos, Las lanzas coloradas (1931) de Arturo Uslar Pietri, o País portátil (1969) de Adriano González León. 

En la VI edición del FHE23 al 28 de septiembre– contaremos con la participación de una selección representativa de lo que es la novela venezolana actual, empezando por José Balza, que clausurará el festival y que firmará ejemplares de una de sus grandes novelas, Percusión, recientemente reeditada por Cátedra. Ana Teresa Torres es una novelista de raza cuyos libros no se encuentran editados en España, por lo que recibiremos ejemplares procedentes de Venezuela para que tengamos la oportunidad de conocer sus títulos. Mencionemos todos: El exilio del tiempo (1990), Doña Inés contra el olvido (1992), Vagas desapariciones (1995), Malena de cinco mundos (1997), Los últimos espectadores del acorazado Potemkin (1999), La favorita del Señor (2001), finalista del premio La Sonrisa Vertical 1993, este sí publicado en España, El corazón del otro (2004), Nocturama (2006), La fascinación de la víctima (2008), La escribana del viento (2013), premio nacional de la crítica 2014, y Diorama (2021). 

Ana Teresa Torres
Alberto Barrera Tyszka
Rodrigo Blanco Calderón

Alberto Barrera Tyszka se dio a conocer en 2006 con su novela La enfermedad, con la que obtuvo el Premio Herralde de novela y, posteriormente, el premio a la mejor novela extranjera en China; su novela Patria o muerte obtuvo el Premio Tusquets 2015, pero tiene además los títulos Rating (2011) Mujeres que matan (2018) y El fin de la tristeza (2024). Un novelista venezolano destacado también entre los que participarán en el festival es Rodrigo Blanco Calderón , ganador del Premio Bienal Vargas Llosa a la mejor novela por The Night (2016), y que, con su segunda novela, Simpatía (2021), traducida este año al inglés, ha aparecido en la shortlist (finalista) del Booker International Prize 2024. Por su parte, Antonio López Ortega es un autor que no trabaja en un único género, habiendo publicado importantes libros de microficción y cuento, también, pero recientemente ha salido su novela más ambiciosa, Los oyentes (2023), otra de las novelas insoslayables de esta edición del FHE.

Juan Carlos Méndez Guédez es uno de los autores venezolanos que más ha incurrido y con acierto en el género. De este mismo año es Román de la isla Bararida (2024), pero sus novelas Los maletines (2014) y El baile de Madame Kaladú (2016) siguen obteniendo traducciones, y ediciones La Palma ha reeditado una de sus novelas más bellas, Arena negra (2009). Invitado al festival aunque finalmente no podrá estar por contratiempo de salud, no nos resistimos a incluir en este recuento a Israel Centeno y sus muy recomendables novelas cortas editadas por Periférica en España: Iniciaciones (2006) y Calletania (2008), ya que sus más recientes novelas no se encuentran editadas en nuestro país, sino en Estados Unidos y Venezuela. Juan Carlos Chirinos es de los autores venezolanos que publica toda su obra en España, últimamente en el sello independiente La huerta grande. Los cielos de curumo (2019) y Renacen las sombras (2021), junto con otras novelas suyas anteriores, como Nochebosque (2011) lo convierten en el más gótico de los novelistas venezolanos. 

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Con sus tres primeras novelas, La hija de la española (2019), El tercer país (2021), y La isla del doctor Schubert (2023) Karina Sainz Borgo se ha convertido en una autora mediática en España, traducida a muchas lenguas y con evidente proyección. El también periodista Doménico Chiappe ha publicado dos novelas, Entrevista a Mailer Daemon (2007) y Tiempo de encierro (2013). En cuanto a Michelle Roche Rodríguez, que no tiene la novela por única actividad literaria, en 2020 publicó en Anagrama su primera novela: Malasangre. También con novelas únicas estarán en el FHE Lena Yau y Slavko Zupcic: Hormigas en la lengua (2015) publicada en segunda edición por la editorial canaria Baile del sol, y Curso (rápido y sentimental) de italiano (2019), respectivamente. 

Además de con estos novelistas venezolanos, el VI FHE contará con la participación de novelistas españoles como J.J. Armas Marcelo, que tiene entre sus quince novelas títulos muy significativos para un encuentro con la literatura venezolana, como La noche que Bolívar traicionó a Miranda (2011), pero también títulos como Así en La Habana como en el cielo (1998) y Requiem habanero por Fidel (2014), que no lo son menos. Además de poeta, Ernesto Pérez Zuñiga es uno de los novelistas españoles más destacados de su generación, con títulos tan relevantes como los de sus tres últimas novelas: La fuga del maestro Tartini (2013), No cantaremos en tierra de extraños (2016) y Escarcha (2018). 

José Esteban
Elsa López
Anelio Rodríguez Concepción

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José Esteban, autor y bibliófilo, no tiene la novela como su principal género, pero hay que recordar que ha publicado El himno de Riego (1984, reeditada en 2008). La poeta Elsa López cuenta con varias novelas, entre ellas El corazón de los pájaros (2001) y Las brujas de la isla del viento (2006), y bien seguro le firmará un ejemplar a quien lo desee durante su firma en el festival. Por último, Anelio Rodríguez Concepción cuenta con una novela propiamente dicha, La abuela de caperucita (2008), aunque Historia de Mr. Sabas, domador de leones, y de su admirable familia del Circo, uno de sus libros más preciados, no deja de ser novelesco. Para terminar, este año participará en el festival Luis Castañeda, que debutó como novelista con Cuando venga el rey (2020) haciéndose acreedor nada menos que del Premio Literario Amazon Storyteller. En 2002 publicó, también en Amazon, su segunda novela: Las chicas de las estrellas

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La poesía de Leonardo Padrón por Madrid

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El poeta Leonardo Padrón en la Plaza Santa Ana de Madrid/ Instagram del escritor

Por Karen Lentini Gómez

Quedamos en la estación de Chueca, mi amiga me miró y dijo: ¿Te encuentras bien? estás colorada. Le dije que me encontraba perfectamente intentando disimular la emoción; ella se hizo la desentendida.

Válgame Dios era el nombre de la calle, la reconocí enseguida.

Leonardo entró por el otro lado, no parecía haber cambiado nada. Sus rulos blancos, su sonrisa amplia y su camisa gris. La perturbación de sus crónicas no se reflejaba en su rostro.

Entre las paredes llenas de cestas y artesanías se escuchaba el bullicio, el asombro de los reencuentros y las casualidades. Al fondo había un escritorio para dos. Las sillas no alcanzaron para todos.

Aquel día compré el libro, al ojearlo leí Balada y recordé que alguien me contó que en los años ochenta, en Caracas, se cortejaba con estos poemas, solían compartirse en papelitos, en fotocopias, en llamadas de teléfono, en dedicatorias de otros libros:

Decir la mujer

decir el aceite de su mirada.

Quedársele en los ojos.

Decir su cuerpo de fiebres

sus luces de mayo.

Saberla,

brevemente.

Mi amiga no lo conocía, pero se interesó por el libro y estuvo atenta durante toda la conversación.

Al finalizar, recuerdo la cola de los lectores esperando pacientemente para que Padrón les firmara, y la insistencia de mi amiga para que le pidiese una foto. Yo me negaba por timidez. Cuando llegó mi turno, me acerqué, él me sujetó por los hombros, me dio un beso inesperado en la mejilla, y pese a su simpatía, solo fui capaz de decirle mi nombre y darle las gracias por estar allí, en una voz tan baja que él no escuchó.  

La segunda vez fue en la librería Antonio Machado. A pesar del vapor que salía del asfalto, el implacable sol en la piel y las rebeldes gotas de sudor que resbalaban por cualquier sitio, parecía mejor opción esperar afuera. Mientras pasaban los minutos, los transeúntes se aglomeraban en la calle del Marqués de Casa Riera, preguntando qué sucedía, quién se encontraba allí.  

El resto de los lectores, los que sí conocían la identidad del personaje, apuraban el paso dejando ver la angustia al imaginar no poder encontrar un buen lugar para oírlo.

Tal y como comentó un novelista español que intentó acercarse a la Antonio Machado ese día, y se quedó atascado en la puerta: aquello parecía un concierto de rock.

Poco sospechaba Leonardo Padrón  que al salir de su Venezuela querida el calor de sus lectores lo abrigaría también en esta otra ciudad. El 16 de  junio de 2022 no era la primera vez que el escritor se encontraba en Madrid, tampoco la primera vez que presentaba un libro, ni el único momento en que parecía que iba a explotar el termómetro por la agitación de su presencia. Esta ocasión la recuerdo especialmente, porque no había visto que una librería española se llenase de esa forma para ver a un escritor, a pesar del calor de la ciudad, y sin la intervención de festivales o de medios publicitarios.

Yo había llegado pronto, pero observando con asombro lo que pasaba a mi alrededor, me despisté, y acabé casi en la puerta, como una funambulista huyendo de los pisotones, evitando que las horquillas y los pasadores de pelo me pinchasen los ojos.

Ni la alta temperatura y ni la estrechez debilitaron a los seguidores de Leonardo Padrón, que con paciencia lo escucharon conversar con sus queridos amigos, también escritores venezolanos residentes en Madrid: Mónica Montañés y Juan Carlos Méndez Guédez .

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Allí, entre la mirada atónita de Antonio Machado, los susurros de Rómulo Gallegos, la felicidad de su mentor Salvador Garmendia, y la bufonería de Cioran, sus apasionados lectores esperaron hasta el final, escuchándolo leer su poesía, y aguardando la oportunidad de encontrar un hueco por donde acercarse.

Sumido entre los libros y el afecto, acostumbrado a llenar grandes salones  de hoteles en las presentaciones de sus libros en Caracas, Padrón permanecía perplejo ante el feroz entusiasmo que despertaba su poesía y sus crónicas entre los asistentes en aquella jornada; un fervor que tal vez solo he visto en los últimos años en los lectores de Irene Vallejo.

Aquel día comprendí que, en Madrid, cuanto más pasan los años, más pequeños se van quedando los espacios para albergar el entusiasmo que despierta la poesía de Leonardo Padrón.

Viajes a Madrid

Las ciudades silenciosas parecen fundirse en él, anhelantes, satisfechas por recibir el apego de sus ojos y la caricia de las palabras. Este observador incansable es capaz de encontrar la belleza en su esplendor hasta en la reja más herrumbrosa.

Así le ha sucedido con Madrid, porque además desde hace unos años sus visitas a la ciudad no pasan desapercibidas.

En 2018 fue quizá cuando comenzó el burbujeo de manifestaciones de cariño de la que han sido testigos sus hijos, y ha sido partícipe su esposa Mariaca Semprún; también admirada y reconocida entre otras cosas por su maravillosa voz e interpretación en Piaf, voz y delirio, un musical escrito por él, y representado en el Teatro Alcázar de Madrid.

En un intento de atraerlo hacía aquí, la ciudad fue generando una serie de coincidencias para mantenerlo ligado a sus calles. Una de estas fue la oportunidad de firmar sus obras en la Feria del Libro de Madrid, de la que ya había disfrutado en otras ocasiones como lector.

Feria del Libro de Madrid

Tiempos feroces ha sido la obra que lo ha llevado a ser un habitual escritor convocado a firmar en la feria del libro que se desarrolla en El Retiro.  En la primera ocasión, la editorial no sospechaba que se agotarían todos los ejemplares. El siguiente año ya estaban prevenidos, porque su volumen Tiempos feroces sigue generando adeptos. Todavía en 2024 es la obra más vendida de la editorial Kalathos. Pero también son muchos los lectores que aparecen con sus antiguos poemarios publicados en Venezuela por Seix Barral, Eclepsidra, Bid&Co. y Pomaire.

Este año 2024 llegó a la caseta sin agobios, risueño, con una camisa fresca para aguantar la jornada. Le ofrecieron una cerveza que calmó su calor, pero no apagó el de los presentes que atajaban los nervios y la emoción, cuchicheando sobre la calidez de su voz o sobre cuál de sus libros estaría disponible.

Familias enteras viajaron de Toledo y Barcelona para verlo.

Curioso y entrañable que al venir de Venezuela, cargaron con sus libros, dándole un lugar privilegiado en las maletas donde no cabe toda una vida.

Además de pedirle su firma, algún lector más osado le preguntó su opinión sobre algún manuscrito, o le proponían que escribiese prólogos para obras futuras. Incluso le regalaron botes de mermelada, postales y botellas de vino.

Madrid ya se siente afortunada por su presencia, y no rivaliza con Caracas, aunque esta la mira con recelo por robarle a sus amores. Se resigna a compartirlos y a esperar que alguna vez vuelvan.

Ahora Madrid no es solo el refugio de sus hijos, sino el de muchos de sus compatriotas que lo admiran. Delíveris que suelen dejarle mensajes ocultos entre su comida agradeciéndole sus relatos, su activismo, su contarnos: «Gracias por escribirnos, Leo»

Aún le sorprende al pasear por una calle madrileña, y detenerse para fotografiar a una estatua viviente, que esta abandone su rigidez, y le diga con acento venezolano: «Leonardo, vamos a hacernos una foto juntos.»

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Porque eso es Leonardo Padrón: el fulgurante poeta y guionista venezolano que en muchos lugares es reconocido y exaltado. El que ha dibujado en sus telenovelas personajes políticos parecidos a los que iban emergiendo en el país; el que ha narrado la impotencia y la tristeza que comparte con  sus 3 millones de seguidores en X; el que ha entrevistado a importantes personalidades ligadas a la cultura, la política y el deporte. El de la voz que retumba el suelo, y con su palabra tambalea la memoria afectiva de sus lectores con el recuerdo de una calle caraqueña, de un olor a mandarina.

Por eso, en muchas ocasiones al escuchar un simple «Adiós, Leonardo», el poeta se da la vuelta y entrega su mano para retribuir el afecto; y ofrece un gesto afable cuando encuentra un lector que tiembla al conocerlo. Algo que quizá no llegó a imaginar nunca, cuando en los lejanos ochenta entró al mundo de la poesía venezolana y formó parte de Guaire, aquel grupo poético que encarnó la necesidad de una poesía exteriorista, conversacional, que dialogaba con las emociones y las pequeñas vidas de los habitantes de las ciudades.

La Venezuela perdida

Según el Instituto Nacional de Estadística (INE) en el año 2022, residían en España alrededor de 200 mil venezolanos. En Madrid viven más de 60 mil; la diáspora de un país devastado que cruza las fronteras, como el caracol que lleva su casa a cuestas y viaja con las palabras de este escritor.

En la Gran Vía son incontables los encuentros, sin embargo, no ha olvidado  a esa persona que le pidió grabase un audio para felicitar a su abuela que estaba de cumpleaños ese día, o aquel lector que le compró el libro a su madre, y le cuenta que ella todos los días escoge una página, le toma una foto, y la envía por WhatsApp para dar fe de lo que dice Leonardo.

Otro episodio excepcional de sus estancias en Madrid fue cuando visitó el restaurante Piantao. Mientras transcurría la comida notó que lo trataban con especial mimo, con delicada efusividad. Al indagar en su sospecha, se encontró con una delegación de venezolanos trabajando en la cocina que estaban encantados por atender al escritor venezolano creador de Pálpito, la serie en español más famosa de Netflix.

Hay un vacío en mi memoria, el momento en que me tropecé con sus crónicas, y la época en que por fin pude ponerle rostro a esas telenovelas con los ecos del poeta que yo había disfrutado en Caracas, asombrada por la belleza de sus diálogos, por la inteligencia de sus historias.

Aquello quizá sucedió en Madrid en 2020, en el salón de casa, por un canal español en el que ya no estaba la voz de Ricardo Montaner o Frank Quintero, ni la obligación de hacer silencio absoluto. En ese instante me encontré con la telenovela Amar a muerte, un deleite indescifrable proveniente de otro tiempo que ahora sí podía compartir con mi madre.

Son generaciones enteras de abuelos, de padres, e hijos. Hombres y mujeres que han crecido mirando sus historias, escuchando sus entrevistas, enamorándose con sus poemas. Seres que se aferran a sus frases, mujeres a las que no les importa perder el metro para ir a saludarlo, y hombres que quizá no se atreven a admitir su admiración.

Un artífice de la palabra al que no se le escapa el poder que esta tiene, el embrujo que provoca la creatividad, la sutileza y la seducción acompañada por la belleza. Un escritor que otorga armonía y resalta lo tan extrañado en estos tiempos: el «noble cortejo de la palabra».

Su palabra conmueve por la llaneza de su expresión y sus lectores lo aclaman igual que al mexicano Jaime Sabines, autor que mientras leía su poesía podía escuchar el murmullo de los lectores repitiéndola de memoria.

Es carismático y trae consigo un mensaje de cordialidad, ingenio y éxito. Lectores y televidentes de sus novelas y series le siguen, equiparándolo al recuerdo feliz de aquello que perdieron, el mal de muchos unidos por el dolor, conectados por una época feliz y desdichada: la Venezuela perdida.

«Para mí es precioso lo que significa, la herida es colectiva, todos somos parte de ella y todos nos abrazamos en ella», suele afirmar.

Padrón es la calidez, la sencillez y la cercanía, la personificación de la nostalgia metida en todas las aristas y bordes del venezolano.

Con una memoria prodigiosa atesora cada una de las expresiones de cariño, acaso como ese trozo de Fantasía que sujeta la emperatriz en La historia interminable de Michael Ende, para recordarnos que no se desvanecerá, que mientras más la imaginemos, más esplendorosa será nuestra casa grande.

«Los optimistas (dicen que es una raza en extinción en el territorio nacional) saben que toda crisis genera una mina de posibilidades. Repito a Francois Guizot en su afirmación de que los optimistas son quienes transforman al mundo. La lección ante nuestros errores acumulados ha sido amarga. Pero es hora de responder. De apostar duro. De vivir cada día como construcción. De devolverle a esta tierra de gracia todo lo que nos ha dado, empezando por el derecho a existir y crecer en su aire, en su luz, en su maravilla, maravilla que vamos a devolverle con nuestras ganas de seguir perteneciendo a un gentilicio, de seguir viviendo en la casa grande de nuestra existencia.»

La casa grande, la casa que escribe Leonardo Padrón.

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José Balza clausurará el VI Festival Hispanoamericano de Escritores

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El escritor venezolano José Balza/ Montaña Pulido

El escritor del delta del Orinoco será celebrado por los escritores de Venezuela y España

Le tengo fe a Balza, creo que su obra futura será para él y para nosotros una gran experiencia.

Julio Cortázar

José Balza es uno de los secretos más excelentemente gritados por los lectores exigentes de todo el territorio de la lengua española. Saludado en su día por Julio Cortázar, autor de novelas de absoluto culto como Percusión y Setecientas palmeras plantadas en el mismo lugar, narrador breve de una exquisitez insoslayable, ensayista literario necesario para reflexionar sobre la literatura, a sus 84 años sus más de cincuenta libros publicados se han difundido por medio de pequeñas y prestigiosas ediciones de Venezuela, México, EE.UU., Colombia, Cuba y España, y sus piezas breves se han traducido al italiano, francés, inglés, alemán y hebreo. Recientemente, su novela Percusión (1982) ha merecido una edición comentada de la editorial Cátedra. En septiembre saldrá en Grecia la traducción de Setecientas palmeras plantadas en el mismo lugar (1974). Su obra se encuentra inspirada en gran medida por la vida del autor en el delta del Orinoco, donde nació en 1939 y reside desde hace años. Desde allí se dirige al mundo.

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Comenta Juan Carlos Chirinos, escritor que preparó la edición de Percusión para Cátedra, que “quizá no haya en la literatura venezolana un autor cuya obra recorra tantos y tan diversos territorios —de la música a la arquitectura, de la pintura a la filosofía, de la ciencia a la vida cotidiana— como la de José Balza”. Toni Montesinos relata cómo Julio Cortázar descubrió a José Balza, gracias a un viaje a Venezuela y a una alumna de literatura: “Creo que nunca le agradeceré bastante que me haya dado los libros de José Balza, puesto que él había preferido no hacerlo por el momento y yo me hubiera marchado de Caracas sin saber nada de un escritor que me parece digno de ser conocido”. Para Cortázar, José Balza, de 34 años, ya es un escritor maduro: “Le tengo fe a Balza, creo que su obra futura será para él y para nosotros una gran experiencia”.

Cincuenta años después, parece que ya es tiempo de la “obra futura” de José Balza, así que pedimos a tres escritores que lo han leído bien que nos ofrezcan unas palabras sobre él y su obra.

En palabras de Ernesto Pérez Zuñiga

El poeta y novelista Ernesto Pérez Zuñiga hizo el prólogo de la reciente nueva edición venezolana (Ediciones Eclapsidra) de Setecientas palmeras plantadas en el mismo lugar y afirma que “José Balza es uno de los escritores más relevantes de la última centuria en lengua española, y también lo será en el futuro, porque su obra es absolutamente precursora tanto en el estilo como en las propuestas éticas e ideológicas que la sustentan. Sus cuentos y novelas tienen en cuenta una multiplicidad de la psique humana que se plasma en puntos de vista diferentes con una plasticidad lingüística única. Y los temas que enfrenta son de una actualidad asombrosa, teniendo en cuenta que comenzó a proponerlos hace más de medio siglo: la relación del ser humano con la naturaleza como parte esencial de ella, la inspiración de esa relación en el mundo indígena, que nace de su origen en el delta del Orinoco; la interacción de la mente humana con un tiempo no newtoniano; nuevos modelos de ética y también de sociedad; nuevos modelos de conocimiento a través de un misticismo lleno de sensualidad. Todo lo lleva José Balza a la escritura de una manera especialmente consciente, proponiendo arriesgadas y lúdicas estructuras en sus cuentos, o estirando las posibilidades del idioma para expresar lo sutil y lo imprevisto en lo que el autor llama, con enorme modestia, “ejercicios narrativos”. Todo lo hace con una elegancia y una belleza únicas pero también extrañas. Es difícil hallar desde Cortázar un escritor que entregue a nuestro idioma tal diversidad de lenguaje, estructura e imaginación en la narrativa; pero también en los ensayos y aforismos. Hay que situarlo entre los grandes: Mujica Lainez, Antonio di Benedetto, o Saer. No sé por qué nombro ahora solo autores argentinos. Quizá porque, si Balza lo hubiese sido, ya hubiese tenido un reconocimiento equilibrado con la importancia de su escritura. Ahora bien, es venezolano. Y la literatura venezolana ha sufrido de miradas ciegas, de oídos sordos y del inmenso tapón de la dictadura. En cualquier caso, la mejor Venezuela habla a través de la escritura de José Balza: el sueño de nuevos modelos vivenciales, la fertilidad selvática de la naturaleza, la raíz de oro, los dedos de luz. También habla a través de José Balza la mejor literatura española, incluido Cervantes, a quien Balza dedicó un cuento especular y de algún modo profético: la posibilidad de que Miguel de Cervantes hubiese escrito en América. Y es así. Lo más probable es que Cervantes ya sea americano”.

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En palabras de Carmen Verde Arocha

Para la poeta Carmen Verde Arocha, José Balza es “la sutileza, la precisión, la tersura, la agudeza, la paradoja incluso, la erudición que nunca satura, que incita, que seduce, y hallazgos sorprendentes de genuino talante poético sin duda abundan (o, generosamente, sobreabundan) en las novelas, cuentos y ensayos de José Balza. Es decir en toda su obra. No hay en realidad distinción. José Balza ha dicho en más de una ocasión que es incapaz de escribir un solo verso. Ante la evidencia de la poesía que colma, que satura su obra, densa, dulce, imponente (también aguda y cáustica cuando es preciso), nos queda claro que no necesita escribir versos. No hay que olvidar que la palabra prosa significaba, en sus orígenes, precisamente poesía. Nunca se ve tan claro esto como aquí. ¿Puede la erudición seducir? En el caso de un prosista de la talla de Balza, sin duda. Fruición es la palabra. Queremos siempre más. Balza, no solo es uno de los novelistas y cuentistas contemporáneos más sobresaliente de Hispanoamérica, sino que también es poseedor de una obra ensayística inmensa, generosa (al abordar las problemáticas de la música y la plástica), aguda, que ha tenido una importante penetración en las nuevas generaciones de ensayistas.

En palabras de Silda Cordoliani

“Conozco a José Balza desde hace más de veinte años. Poco a poco, lentamente, el admirado profesor de la Escuela de letras de la Universidad Central de Venezuela se ha convertido en fiel y entrañable amigo. Sé, me consta incluso, que como escritor y como intelectual es uno de los venezolanos más respetados y reconocidos fuera del país. Pero así como no es nada sencillo percibir el paso del tiempo sobre el rostro de las personas próximas, o sobre el nuestro propio, la verdadera trascendencia de Balza, el amigo, me resulta difícil de aprehender. Solo a veces me he visto sacudida por las circunstancias, obligada a distanciarme un poco del ser querido y frecuente para advertir que estoy ante un hombre especial, uno de esos seres que seguirán siendo recordados, nombrados, cuando ya ninguno de nosotros estemos de pie sobre la tierra. Solo a veces, como cuando lo vi compartiendo un podio con dos premios Nobel: Derek Walcott y su, por cierto, muy admirado Joseph Brodsky en Nueva York”. Esto lo escribí casi tres décadas atrás. Desde entonces hasta ahora la obra de Balza, sus ficciones y penetrantes ensayos, ha seguido multiplicándose y sorprendiéndonos. Los estudios y análisis que ella ha suscitado están lejos de agotarse, pues no se trata solo de la influencia de su escritura y pensamiento en el vasto panorama de nuestra literatura, sino también de que en ella aún se mantienen en la sombra registros insospechados, vertientes por descubrir y transitar.

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En palabras de Juan Carlos Chirinos

Portada Percusión/cortesía

“José Balza decidió llamar a sus textos literarios «ejercicios narrativos» para dejar constancia de la condición provisional de su escritura y, además, de su continua metamorfosis, de su cambio imperceptible, como ocurre con el caudal del río Orinoco, a cuyas orillas nació. Como en pocas obras, la de Balza refleja meridianamente no tanto el territorio caribeño, amazónico o andino en el que nació, sino el que quizá sea su verdadero ser: el «país orinoquio», pues así como Egipto es un don del Nilo, Venezuela lo es del Orinoco. Y los libros de Balza son testimonio de ello”.

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